Una historia de amor entre las estrellas

Uno de los primeros asterismos que aprendemos a distinguir cuando nos iniciamos en el fascinante universo de la Astronomía, es el Triángulo de verano que dibuja a la perfección esta figura geométrica en el hemisferio norte de la esfera celeste y cuyos vértices son las estrellas, Altair (alfa de la constelación del Águila), Deneb (alfa de la constelación del Cisne) y Vega (alfa de la constelación de la Lira). Visible desde la primavera hasta el mes de noviembre y que podemos disfrutar en su máximo esplendor entre junio y agosto, de ahi su nombre.


Triángulo de verano (10.4mm-40x30s) por Marzo Varea

El asterismo fue trazado a finales de 1920 por el astrónomo Owald Thomas que lo definió como el “Gran Triángulo” y fue a partir de 1934 cuando pasó a recibir la denominación actual.

No todas las historias que se entretejen en las estrellas tienen su origen en la mitología griega, el cielo ha sido admirado por las distintas culturas que han poblado la tierra, cada una de ellas interpretó según su criterio los objetos que veía en el cielo y les asignó sus propias leyendas.

Desde la antigua Mesopotamia, Egipto, Grecia, Roma hasta los pueblos del lejano Oriente se han ido recopilando hermosas historias de las estrellas y de nuestro hogar: la Vía Láctea.

Mitologicamente hablando, sobre la Vía Láctea, existen muchas leyendas. Para los griegos es la leche derramada de Hera, esposa de Zeus cuando retiró a Heracles, hijo de su “infiel” esposo con una mortal, al que habían colocado en su seno mientras ella dormía, para que se alimentase de su leche y así conseguir la inmortalidad, cuando despertó la diosa, sobresaltada, retiró al niño y su leche se derramó por el cielo dejando la estela blanquecina que todos admiramos.

Nuestra galaxia se la ha comparado con los ríos más importantes de las diferentes pueblos que se han sucedido a través de la historia. Para los egipcios, era el reflejo del río Nilo, en países del lejano oriente era la representación de Tien Ho (Río Celestial o Río Plateado) en China, o del río Amanogawa en Japón, para los hindúes, la Vía Láctea era considerada como el "curso del Ganges celestial", en cualquier caso todos coinciden al identificarla como un río que conduciría a la inmortalidad.

Los pueblos indígenas americanos identificaban en esta brillante franja con figuras de animales o incluso algunos creían ver en ella la estela que dejó una carrera entre un búfalo y un caballo. En definitiva todas ellas demuestran la capacidad que tiene el ser humano para crear hermosas historias.

También hay quien ve en ella un “camino espiritual” por donde transitan las almas hacia el cielo y en la cultura cristiana se la identifica como el “Camino de Santiago” que indica a los peregrinos la senda a seguir para llegar hasta el apostol.

Cuando se contempla la Vía Láctea quedamos prendados de esa mancha lechosa que la recorre y no es extraño que nuestros antepasados creyeran que era la morada de los dioses.


Familia de Hikoboshi y Orihime

Hoy vamos a conocer la importancia que tiene la Vía Láctea o río Amanogawa en una de las más bellas historias de amor, la que tiene lugar entre dos de las estrellas que configuran el famoso triángulo estival.

Todos los años en Japón se celebra la fiesta del Tanabata, que a su vez se basada en la tradición china del Qi xi o “noche de los sietes”.

Cuenta la leyenda que hace mucho tiempo la princesa Orihime hija del dios del Cielo, Tentei, era la encargada de tejer bellas sedas para los dioses y en uno de sus paseos conoció a Hikoboshi, un pastor bondadoso que se encargaba de cuidar los rebaños, al instante el amor surgió entre ellos, la princesa pidió a su padre permiso para casarse con él y Tentei que profesaba un gran cariño a su hija consintió su matrimonio.

Fueron muy felices durante un tiempo y tuvieron dos hijos: un niño y una niña, pero ocurrió que los enamorados pasaban tanto tiempo juntos que abandonaban su tareas, los dioses tenían menos sedas y el ganado vagaba por los campos sin cuidador. Ante las quejas recibidas el dios del Cielo los separó y situó a cada uno de ellos en las dos orillas del río Amanogawa.

Tal era el llanto de la princesa que el monarca accedió a que pudieran reunirse el séptimo día del séptimo mes, ante la dificultar de atravesar el río, la pareja contó con la complicidad de las aves, que se comprometieron a extender sus alas para construir un puente que les permitiese reunirse, siempre que no hubiese lluvia que hiciera crecer el caudal del río.


Fiesta del Tanabata

Según esta historia Hikoboshi y Orihime son las estrellas Altair y Vega respectivamente, separadas por el río celestial Amanogawa o Vía Láctea. Se dice que si te sientas bajo los racimos de uva y escuchas con atención se pueden oir las palabras de amor que se profesan en su reencuentro.

En la fiesta del Tanabata las calles de Japón se llenan de colorido y sus habitantes cuelgan de los árboles cintas de papel con los deseos que envían a los dioses a la espera de que sean cumplidos.

El próximo año, aunque brevemente, los enamorados tendrán de nuevo la oportunidad de volverse a reunir con la complicidad de su amigas las aves.

 

ANA ROMÁN ESTELA

(AGRUPACIÓN ASTRONÓMICA ARAGONESA)


Artículos


 

Zaragoza, Agrupación Astronómica Aragonesa